Sergio de Castro ha escrito un interesante artículo en la revista El salto diario ("LOMLOE y burocracia: ¿hacia un nuevo taylorismo pedagógico?, 18/04/2023) en la que analiza "el pormenorizado diseño de las Programaciones Didácticas propio de la burocracia de la LOMLOE", así como las "implicaciones pedagógicas y sociales puede suponer la codificación hasta el más mínimo detalle de la labor docente".
El autor denuncia que "el grado de concreción e interrelación que se exige a la hora de programar cada uno de los pasos que se dan en el aula entre objetivos, competencias clave (entre ellas, ocho en total, la “competencia emprendedora”) y específicas de cada materia, criterios de evaluación, saberes básicos y situaciones de aprendizaje (la lista, en realidad, es más larga) ha alcanzado un nivel completamente nuevo respecto a anteriores leyes". En algunas comunidades, como Aragón, la dificultad de esta tarea ha conducido a que la entrega de las programaciones se haya aplazado, paradójicamente, hasta final de curso. Con ello, parece que la administración educativa —al menos en el caso aragonés— "estuviera más preocupada en que el profesorado entregue dichas programaciones ajustadas a las nuevas exigencias legislativas que en que podamos realmente poner en marcha las nuevas bondades del aprendizaje por competencias".
Pareciera que la enseñanza, denuncia Sergio de Castro, "buscara convertirse en una especie de cadena de montaje en la que cada movimiento debe estar calibrado y medido en función de su rentabilidad “pedagógica”. Una rentabilidad que se aplica a la labor docente pero que, en lo referente al alumnado, busca la construcción de un sujeto definido por el que consideramos que es uno de los nuevos términos introducidos por la LOMLOE más distópicos y clarificadores: el de “perfil de salida”.
(...) "Una lógica que comprende el aprendizaje escolar como un proceso programado, computacional (de inputs/outputs), mecanizado, regido por estrictos parámetros, predefinidos por la administración, que buscan un resultado muy concreto: la estandarización del “resultado” final. Se trataría de una especie de “taylorismo pedagógico” en el que cada gesto pedagógico ha sido previsto y calibrado “científicamente”. El proceso debe poder ser codificado y medido de manera pormenorizada en vistas a un resultado final, definido por los intereses que la administración entiende como propios de una sociedad democrática y que, como sabemos, en demasiadas ocasiones siguen de cerca los intereses del capital".
Se trataría así de reducir las complejas interrelaciones del proceso educativo (las más imprevistas e interesantes) a la cuadrícula administrativa de las observaciones que intentarían hacer "legible" una estandarización y precodificación de la educación sobre bases supuestamente objetivas y científicas.