La transparencia en el sistema educativo no se consigue sólo desde la evaluación (también desde el conocimiento de muchos factores que pueden condicionar su labor y que podemos mejorar); y la medición de su efectividad debería incluir muchos indicadores pedagógicos que generalmente están ausentes. Y lo más sensible de todo esto es que estos "controles de calidad" condicionan los salarios y las ayudas públicas a las escuelas. La escuela no puede ser gestionada como una empresa y, aunque la sociedad tenga todo el derecho a pedir cuentas de su funcionamiento, y demandar toda la transparencia, es bastante hipócrita exigir la excelencia en la calidad, como plantean desde la administración educativa, cuando queda muy lejos de haberse cumplido la igualdad de oportunidades entre nuestro alumnado.
Si yo fuera ministro, la primera recomendación que haría a los profesores sería: no hacer jamás juicios de valor sobre sus alumnos; ustedes no tienen derecho de emplear la palabra 'idiota', ustedes no tienen derecho de emplear la palabra 'estúpido', ustedes no tienen derecho de escribir en el margen 'este razonamiento es imbécil', ustedes no tienen el derecho de decir 'nulo'... Dicho de otro modo, ustedes deben excluir todos los juicios de valor que afectan a la persona. Ustedes podrían decir 'esta tarea no está bien', esta solución es falsa, pero no pueden decir: 'eres nulo para matemáticas', 'tú no estás dotado para las matemáticas'. Los profesores de matemáticas deberían saber y comprender que tienen un poder diabólico de nominación, de constitución que se ejerce sobre la identidad misma de los adolescentes, sobre su imagen de sí y que pueden infligir traumatismos terribles, aún más porque sus veredictos son muy frecuentemente subrayados y reforzados por los padres desesperados y angustiados.
(Extracto de una entrevista realizada a Bourdieu en Tokio en octubre de 1989 y recogida en el libro "Capital cultural, escuela y espacio social", publicado en castellano por Siglo XXI).
Evaluar es valorar, ayudar a mejorar, no una competición por la calidad. La educación debe tener un tiempo lento y reposado, como el aprendizaje, no el de la lucha urgente por los resultados.
Un interesante comentario en el sentido anterior es el que ha publicado en su blog el profesor de metafísica y ex-ministro de educación Ángel Gabilondo, titulado "Evaluación y valoración":
Lo que no se evalúa se devalúa. Lo hemos reiterado, y resulta razonable. Pero lo que se evalúa mal se deteriora. No se trata, por tanto, de evaluar, sin más, como si ello por sí mismo, independientemente de toda condición, produjera excelentes resultados. La evaluación no es un fin en sí misma, ha de ser una valoración, una puesta en valor, un hacer valer. Y su objetivo ha de ser crear condiciones para mejorar, incluso señalar cómo hacerlo. Siempre, y muy especialmente en tiempos complejos, buscamos la seguridad objetiva que parecen procurarnos los datos numéricos, las cifras, las comparaciones, las estadísticas, los rankings… y es necesario hacerlo, ya que pueden ser decisivos para establecer criterios de valoración. Todo lo medimos, todo lo pesamos, pero no siempre lo sopesamos, no siempre equilibramos, ni tanteamos, ni examinamos. Rendidos ante los datos, los aireamos sin fuerzas ni ideas para mucho más...
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