Hace unos días, en la presentación de la nueva Ministra de Educación llamó la atención que sus objetivos en el Ministerio no fueran nada nuevos: "Una educación para la excelencia que sirva para mejorar la marca España". Este neolenguaje de los gestores educativos, más cercano al marketing y la publicidad, ha ido invisibilizando, desplazando otros enfoques comprensivos e integradores en la escuela. A ver quién se atreve a cuestionar la Escuela 4.0, el objetivo de la calidad educativa, o mejor todavía (pongámonos estupendos), de la excelencia. ¡Y, además, lo conseguiremos con un presupuesto para educación cada vez más bajo! Sólo con proclamas ministeriales y reformas educativas.
¿Queremos una escuela mediocre? No. El problema es que la excelencia, por definición, es sólo para unos pocos. Según el DRAE, "excelencia" es algo de superior calidad o bondad que se hace digno de singular aprecio y estimación. Muchos agradeceríamos en principio una educación sin recortes, con un presupuesto estable y digno, con alcanzar en un plazo breve "una buena educación", plural e integradora, para todos. Ya discutiremos luego sobre los "niveles de calidad".
Una alumna me comentaba hace poco: "Ustedes los profesores a veces no se dan cuenta de lo que nos cuesta sacar un 4". Sería bueno valorarlo también, especialmente al que parte de situaciones de desventaja social y educativa.
Pero la excelencia no alcanzaba sólo al alumnado. También al profesorado. Ya en 2011, la Junta de Andalucía propuso determinar la creación de cuatro grupos de profesores: competente —el grado más bajo—, avanzado, experto y excelente —el más alto—. La inclusión en una de las cuatro categorías vendría determinada por una evaluación basada en un decálogo de 13 criterios que incluyen desde competencias de liderazgo a trabajo en equipo o gestión de recursos, entre otros.
Hace unos años, el pedagogo José Gimeno Sacristán, escribió en el diario El País, el artículo La excelencia en educación: algo más que una ocurrencia" (29 abril 2011). Os dejo aquí un fragmento:Las escuelas, los institutos, las universidades o el profesorado excelentes no se crean por regulaciones legales o administrativas, sino por el afianzamiento de políticas que apoyen el buen hacer y no toleren lo que lo entorpezca. El alumno excelente es, sencillamente, el buen alumno. La entrada en escena del tema de la agrupación segregada de estudiantes excelentes es otra de las ocurrencias a las que estamos acostumbrados, que no tendría más importancia si no afectase a una de las columnas del sistema: la de la comprensividad planteada ahora con más sutileza.Querían quitarse de en medio a los peores, a los pendencieros, a los que no saben apreciar las esencias de una educación costosa que no aprovechan, añadiendo el convincente argumento de que los débiles académicamente entorpecen y frenan la fecunda enseñanza de una parte del colectivo profesoral, que ve cómo su promisoria semilla esparcida para todos no germina en un porcentaje significativo del alumnado, tierra infértil del sistema.(...) Un sistema que parece ser incapaz, por lo visto, de responder a las deficiencias y lograr que nadie quede atrás es poco probable que sepa manejar la excepcionalidad por arriba.
Un ranking de los que tanto gustan a los medidores de la excelencia. |
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