domingo, 23 de septiembre de 2018

La hora de clase

Massimo Recalcati, La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza, Anagrama, 2016.

 "Es solo el amor -el eros- con el que un profesor envuelve el saber lo que hace que ese saber sea digno de interés para sus alumnos".
 
"La belleza de la hora de la clase", la ocasión de "un auténtico encuentro" es, según Recalcati, "lo que queda de la escuela en la época de su evaporación". La escuela debe "mantener viva la relación erótica del sujeto con el saber", para lo cual, debe "abrir al sujeto a la cultura como lugar de humanización de la vida".  Recalcati señala la crisis generalizada del discurso educativo: "Una institución extraviada que por un lado se ve suplantada en su función social y, por otro, cada vez más exigida por tareas que trascienden su función".
    Según el psicoanalista italiano Massimo Recalcati, la escuela neoliberal pretende garantizar la eficiencia del rendimiento académico, y para ello intenta "fortalecer las competencias orientadas a resolver problemas en lugar de saber planteárselos". La Escuela se reduce "a una empresa que tiene como objetivo producir habilidades eficientes y adecuadas para su propio sistema". 
    Para Recalcati, hubo una Escuela en la que dominaba el complejo de Edipo, desvanecida bajo las grandes revueltas del 68 y del 77, que ha sido sustituida por la Escuela-Narciso: "La Escuela ya no viene asimilada a la cárcel o al hospital, sino a la empresa", unida a un "proceso de proletarización y desintegración identitaria del profesorado".
    El actual declive de la hora de clase se refleja en "el ímpetu evaluador que pretende imponer calas de aprendizaje iguales para todos, despersonalizando, volviendo todo medible y cuantificable". La Escuela parece reducirse "a una suerte de parque infantil en el que se está exento de toda relación comprometida con el saber". Recalcati denuncia la "falacia de la tecnología didáctica": no existe didáctica más que dentro de una relación humana. El profesorado debe "impulsar el deseo de viaje":
    "La presencia del profesor que habita plenamente su clase es perceptible de inmediato. Su modo de mirar, de saludar, de tomar posesión de la mesa. No se ha dispersado por temor a sus reacciones, no se ha encogido sobre sí mismo... Su timbre, sus inflexiones, sus particularidades son el primer índice del estilo".
    También alerta contra "la ilusión del docente psicólogo", contra la "propagación inflacionista de la psicología en la escuela", que pretende hacer del maestro un confesor de almas, un confidente: "La didáctica no es una disciplina terapéutica. La confianza que cuenta en la enseñanza no es la psicológica. (...)En clase, la confianza se genera cuando la palabra del docente se revela digna de respeto y sólo se vuelve tal si se apasiona por lo que enseña". El maestro, como el analista, debe "transferir el deseo al objeto de saber". No sustituye al padre o al tutor, sino que debe "abrir mundos" al alumno o la alumna, separarse del ámbito de la familia.
  Pero Recalcati también se interroga sobre lo difícil de esta tarea: "En la era del debilitamiento generalizado de toda autoridad simbólica, ¿es posible todavía una palabra digna de respeto?".

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