"Con la creciente escasez en la demanda de trabajo humano, a múltiples niveles, la Universidad y, de paso, todo el sistema educativo, van camino de convertirse en una “expendeduría de títulos para el mercado”, como advirtió en su momento la filósofa Adela Cortina: un departamento de selección externo, pagado con fondos públicos, al que el mundo empresarial exige, además, candidatos altamente eficaces y con, exactamente, las habilidades requeridas.Según los informes, el 57% de los puestos en la OCDE se verán afectados por la robotización. Un dato tan estremecedor como el visible escalofrío que recorrió a los participantes de una mesa redonda (organizada por la Asociación Colegial de Escritores) cuando alguien informó que un programa de inteligencia artificial estuvo a punto de ganar un concurso literario el pasado verano en Japón. Tras el silencio inspiratorio, una voz susurró en un tono espectral: “Es el fin”.Y en efecto, hace ya mucho tiempo que se desvaneció la promesa del progresismo ilustrado. Su compromiso de aportar a todos los seres humanos, sin distinción de clase, la oportunidad de realizarnos plenamente como personas, de actualizar nuestro potencial, de cumplir nuestros sueños y entregar lo mejor de nosotras mismas. Hoy solo nos queda la posibilidad (más bien la imposible hazaña) de competir con las máquinas, o la espantosa alternativa de vernos relegados a una “reserva indígena”, tal vez subvencionada, para que no nos sublevemos.En esta especie de desmoronamiento anunciado, los adolescentes de muchos países empiezan a preguntarse de qué les sirve invertir tiempo y dinero en unos estudios superiores que ya no les garantizan el (“buen”) empleo. Mientras, algunas grandes empresas deciden retirar las calificaciones académicas de sus criterios de selección, porque los investigadores no encuentran relación alguna entre éxito académico y éxito profesional.Es el fin, sin lugar a dudas. Pero, como todos los fines, trae pegado el amanecer de un principio, la intuición de un nuevo comienzo. En él, las universidades podrían ejercer el papel histórico que les corresponde como creadoras de mundos. Siempre que –como decía Nietzsche– sean capaces de volver a pensar con las tripas."
Heike Freire, "Universos de emoción y creación", Cuadernos de pedagogía,(marzo, 2107).
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