La socióloga francesa Danièle Linhart ha analizado la evolución moderna de la gestión del trabajo y sus efectos sobre la descualificación y precarización del trabajo en nuestros días. Creo que en el texto que hemos entresacado de su artículo "Del taylorismo a la gestión moderna: una continudad sorprendente" también reconocemos problemas que son fácilmente reconocibles en nuestros centros educativos:
Para acelerar la renuncia de los trabajadores y trabajadoras a hacer vivir y utilizar sus conocimientos, su oficio, y su adhesión a los métodos puestos al día por los expertos en función de los criterios determinados por la eficacia que se quiere lograr, las direcciones practican políticas de cambio permanente que obligan a las plantillas a “salir de su zona de confort”, como explicitan algunos gestores. Efectivamente, se trata de adaptar las empresas a un contexto que cambia a toda velocidad pero, también, de acelerar la obsolescencia de las experiencia de los trabajadores y trabajadoras.
Esto se hará mediante incesantes reestructuraciones, la reorganización sistemática de los servicios, la recomposición continua de los oficios, la fusión de departamentos, las externalizaciones seguidas de reinternalizaciones, con la redefinición de objetivos, la imposición de una movilidad sistemática, el cambio de sistemas, desmantelamientos…; en resumen, un montón de transformaciones. Cuando todo cambia sin descanso, la gente cada vez se reconoce menos en su trabajo, en su empresa, con sus colegas. Tiene el sentimiento de que ya no domina su entorno de trabajo y, más grave aún, que no domina su trabajo. Está desestabilizada en sus competencias y en sus conocimientos. Se sienten en un ambiente hostil, se tienen que adaptar permanentemente, descubrir las modalidades necesarias para dominar su actividad. Con esta política de reformas sistemáticas, los individuos en el trabajo están en una situación permanente de desaprendizaje y reaprendizaje. A menudo, en las entrevistas, afirman tener el sentimiento de alcanzar un determinado grado de incompetencia; ellos que, antes que nada, aspiran a ser verdaderos y buenos profesionales.
Helos ahí, pues, desposeídos al mismo nivel que los obreros de Taylor, de los recursos que podrían ser fuente de poder para la empresa, que podrían legitimar su pretensión de hacer valer su punto de vista sobre el desarrollo de su trabajo.
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