En el número del mes de enero de 2010 de Cuadernos de Pedagogía, aparecía una interesante entrevista al actor y director teatral Josep María Pou, con motivo de la representación de la obra Los chicos de historia, del dramaturgo inglés Alan Bennett. En la entrevista, Pou recuerda su participación durante los años 1981 y 1982 en las actividades del Centro Nacional de Iniciación del Niño y el Adolescente al Teatro (Ceninat), una iniciativa, durante el último gobierno de UCD, del director de teatro José María Morera. Este Centro, dependiente del Ministerio de Cultura, se dedicó durante tres años, con bastante éxito, a la difusión del teatro entre la juventud y la infancia. Así, un grupo de importantes actores, entre los que estaban Manuel Galiana, Verónica Forqué, Emilio Gutiérrez Caba y el mismo Pou, representaron, en colaboración con Educación, El médico a palos de Molière, en centros de Extremadura, Baleares, Sevilla, Málaga, Madrid... El éxito de esta iniciativa residía en que tocaba aspectos muy diversos:
"Además del repertorio, llevábamos un texto explicativo, teatralizado, que explicaba en qué consiste el teatro. Era una pieza que se llamaba Hoy de Hoy de mil novecientos hoy, basada en cuentos de Antonio Robles. También íbamos acompañados por un grupo de psicólogos y pedagogos que hacían trabajo de campo... Trabajábamos tres días en cada centro. Íbamos un lunes por la mañana y nos "apoderamos" del colegio. Cada actor trabajaba con diez alumnos, les explicaba en qué consiste el teatro como juego y les pedía que propusieran un tema para convertirlo en teatro. Y a partir de ahí, les orientábamos para que su historia y sus personajes tuvieran estructura teatral. El segundo día, representábamos en el colegio El médico a palos, con una escenografía espectacular. Para muchos era la primera vez que veían teatro y les fascinaba. Al día siguiente, se mostraban los trabajos de los diez grupos de alumnos. Los chicos enseñaban a sus compañeros lo que habían hecho y se sentían muy gratificados. Algunas veces, no siempre, la compañía hacía una función en y para el barrio, normalmente para los padres de los niños que habían participado. Fue una labor fantástica, maravillosa, increíble, de buena colaboración enter el mundo de la educación y el de la cultura, que duró casi dos años. No sirvió para nada... Porque se cortó de golpe cuando el PSOE llegó al poder. Cuando pedimos explicaciones al director general de teatro, alguien importante en aquel momento, recuerdo su respuesta: los políticos buscan el éxito inmediato y aquello cosecharía resultados al cabo de unos años. Nos dijo que era más rentable emplear ese dinero en dos superproducciones en el teatro María Guerrero, que estaría lleno de gente y que los periódicos hablarían de ello".
Aún después del Ceninat, cuando un centro asistía a alguna representación teatral de su grupo de actores, "el día anterior dos o tres de nosotros nos reuníamos en el instituto con los chicos. Les contábamos de qué iba la función y por qué la hacíamos y les proponíamos hacer un coloquio con ellos, al día siguiente de verla".
En la hemeroteca de El País hemos encontrado interesantes referencias a las actividades del CENINAT.
Respecto a la obra teatral Los niños de historia, ambientada en el Reino Unido thatcheriano de principios de los ochenta, plantea el debate entre dos modelos de educación: el académico y el humanista, reflejado en dos profesores, sus relaciones con los estudiantes, sus estrategias y sus concepciones sobre el sentido de la educación. Pero, como señala M. A. Essomba en su artículo ("Lo mejor y lo peor"), se trata también de las transiciones que vemos operar en esos dos profesores, cuando vislumbramos los sueños que dejaron o vieron destruidos en el pasado, sus intentos de recuperarlos y darles fuerza: "Quizás debemos aceptar que el modelo pedagógico al cual nos adscribimos no tiene tanto que ver con la historia, como con nuestra historia". Como ya adelantamos en las entradas dedicadas en este blog a la iniciación formal del joven profesorado, nuestro procesos de transición académica (hacia la universidad o hacia la docencia) pueden producirnos bloqueos que impidan una lectura más humanizada del quehacer pedagógico (como fuertes procesos de identificación con quien poco antes era nuestro "enemigo", marcando como adversario al alumnado al que hace poco pertenecíamos). Esas transiciones pueden convertirse en procesos dolorosos que nos lleven a exigir a nuestro alumnado el mismo doloroso aprendizaje; pueden dejar estancados proyectos, aspiraciones o ideas que, "desencantados", abandonamos cuando todavía no los hemos iniciado.
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