viernes, 15 de marzo de 2019

La inteligencia emocional y "La salvación del alma moderna"

La socióloga Eva Illouz, en su libro "La salvación del alma moderna" (Katz, 2010), considera que la inteligencia emocional "representa un nuevo eje de clasificación social que crea nuevas formas de competencia (e incompetencia) social". El surgimiento de la "competencia emocional" ha estado ligado al ascenso de la ideología terapéutica y a los nuevos usos de gerencia y disciplina empresarial. La ideología terapéutica, señala Illouz, "ha reificado la vida emocional al construir e institucionalizar la distinción entre respuestas emocionales competentes e incompetentes". Así, por ejemplo, considera como respuestas incompetentes el enfado o la indignación, ignorando que las emociones son resultado de la interpretación que se da de forma fluida en un contexto determinado. Las emociones se desarrollan en el marco de las interacciones sociales, no pueden ser siempre cosificadas para facilitar su manipulación reflexiva. De hecho, en la práctica, "la ambigüedad emocional, la ambivalencia y la falta de claridad son altamente competentes, porque son modos de afrontar situaciones sociales que contienen elementos contradictorios". 
   Según Illouz, "la inteligencia emocional es una noción difundida e incluso dominante porque se corresponde con la ideología de los grupos sociales clave en el proceso de producción y porque se corresponde muy bien con los requisitos que se le exigen al yo en las nuevas formas de capitalismo". "La inteligencia emocional refleja el estilo emocional y los modelos de sociabilidad  de las clases medias, cuyo trabajo en la economía capitalista contemporánea exige un manejo cuidadoso del yo. Esas clases medias dependen estrechamente del trabajo colaborativo, evalúan constantemente a los otros y son constantemente evaluados por ellos, se mueven en grandes cadenas interaccionales, conocen a una gran variedad de personas que pertenecen a distintos grupos, deben ganarse la confianza de otros y, quizá por encima de todo, trabajan en contextos en los que los criterios para el éxito son contradictorios, elusivos e inciertos". Esto marcaría la "incompetencia social" de las clases trabajadoras, en cuyas vidas esta competencia emocional está más ausente, porque tienen menos valor en sus lugares de trabajo, donde es menos relevante la capacidad de prestar atención a las propias emociones  y negociar con los otros. Como señala Illouz, "al utilizar y adoptar la noción de inteligencia  emocional, estamos definiendo de hecho como competencia algo que nuestras instituciones ya han definido como tal, y estamos reafirmando los privilegios sociales de aquellos que ya son privilegiados".

jueves, 14 de marzo de 2019

Huelga por el clima. 15 de marzo. Emergencia climática.

 La situación es extrema: la crisis ecológica se ha agudizado en los últimos años, y ya no hay rincón del Planeta que sea ajena a esta urgencia. El coste de la pasividad es enorme. Hace falta cambios profundos en un modelo económico cuya principal víctima somos nosotros mismos. Y para ello la movilización es imprescindible, pero también lo es que se tomen las medidas para frenar el deterioro ecológico. Como explicó Naomi Klein: “No se trata solo de cambiar las bombillas, sino el modelo económico”.
Si quieres leer el MANIFIESTO completo, pincha en el enlace.

miércoles, 6 de marzo de 2019

La barbarie douce: la escuela de la evaluación y el contrato.

"Algunos responsables (políticos) afirman sin ambages que (en el futuro) habrá que cambiar muchas veces de "oficio" y retornar a la "escuela" a lo largo de la vida(...). ¿Son conscientes del efecto de sus palabras en aquellas personas que están en situación de fracaso escolar y no tienen trabajo?"
 
  En el libro La barbarie douce. La modernisation aveugle des entreprises et de l'école (La Découverte, Paris, 2003), el sociólogo Jean-Pierre Le Goff analiza las herramientas de administración y de análisis de las competencias significativas, de la manipulación de los asalariados y de la deshumanización del trabajo. Asimismo, estudia las herramientas de evaluación aplicadas en las aulas, desde la más temprana edad, por parte de los "nuevos pedagogos". Es en este último apartado donde nos detendremos a continuación.
    Al igual que en la empresa, la "autonomía", la evaluación y los "contratos" de objetivos, encuadran el funcionamiento de las tareas docentes: una autonomía que debe desarrollarse en un marco administrativo y legal que apenas permite elección; una auto-evaluación que implica procedimientos y útiles sofisticados elaborados por especialistas; unos "contratos" (o compromisos educativos) que en la escuela, desde primaria, describen y evalúan los buenos comportamientos a los que redirigir al alumnado indisciplinado (unos "contratos" -entre familias, tutores y alumnado- que actualmente se extienden al alumnado con algunas materias suspensas en el primer trimestre del curso).
   Este "compromiso educativo" -que se "invita" a firmar a las familias- puede alterar las relaciones entre padres y enseñantes. Los padres sienten -como me señalaba un tutor de secundaria- que se les responsabiliza del supuesto fracaso escolar de sus hijos. Según Le Goff, esa relación entre docentes y familias "se deshumaniza, centrada alrededor de una evaluación que se convierte a la vez en diagnóstico y sanción". El nuevo lenguaje pedagógico agrava los malentendidos: enseñantes y padres no parecen hablar el mismo lenguaje. Algo agravado por el hecho de que el discurso sobre las competencias va acompañado con frecuencia de un discurso psicologizante sobre el estudiante, "lo que acentúa el desconcierto de los padres, que se sienten responsables sin saber muy bien qué hacer". En esos "contratos" se intenta valorar el grado de "autonomía" alcanzado por un alumnado al que, por otro lado, se le señala (y controla) el cumplimiento de determinados objetivos y hábitos de estudio.
    Los saberes son reducidos a operaciones simples, retraducidos en objetivos a alcanzar. La escuela se convierte en un organismo de servicio que ofrece "prestaciones educativas" a sus usuarios: los jóvenes y sus padres. La cualidad de esa prestación se mide mediante el grado de satisfacción de esos usuarios considerados como "clientes" (a lo que acompaña la "obligación de resultados").
   Provenientes del modelo de gestión empresarial neoliberal, las "competencias" se han convertido en un término clave del discurso dominante, al que parece difícil oponerse. En un frenesí clasificador, estas competencias -en "reactualización permanente"- son objeto de definiciones cuya sutilidad sólo parecen apreciar los especialistas que las crean. Las competencias en el mundo laboral y educativo se justifican en el intento de ayudar en el acompañamiento formativo de los afectados; pero en la práctica, fragmentan y parcelan los saberes y actividades de manera extrema ("saberes de base", "saberes relacionales", "saberes técnicos", "saberes de organización", a los que se añaden las "maneras de ser").