El paso de los contenidos de los programas escolares, de los
saberes, a la competencia, se presenta a menudo bajo el camuflaje –consciente o
inconsciente- de la innovación pedagógica. (…) El papel de la escuela ya no es
el de transmitir saberes concretos (lo que en buena pedagogía implica
evidentemente el ser capaz de aplicarlos), sino solamente el de enseñan a
utilizar cualquier saber, preferentemente en situaciones complejas e inéditas. La
concordancia de esta concepción de la educación con la obsesión por la
innovación y la flexibilidad que domina el pensamiento económico es demasiado
evidente. Sin embargo, el enfoque de competencias puede contar con el apoyo de
algunos pedagogos progresistas, sobre todo en razón de una cierta similitud con
las pedagogías llamadas “constructivistas”, con las que el enfoque de
competencias comparte el papel central asignado al alumno. Pero el parecido se
acaba ahí. En una práctica pedagógica constructivista, como la enseñanza
Freinet, poner a trabajar al alumno sobre baterías de problemas sirve para dar
sentido a los aprendizajes; es el terreno en el que el alumno deconstruye sus
representaciones y construye unas nuevas. En otras palabras, la actividad del alumno
está aquí puesta al servicio de la adquisición de saberes. Por el contrario, en
el enfoque por competencias es el saber el que se encuentra reducido a la
categoría de herramienta puesta al servicio de la actividad del alumno, y por
ello del ejercicio de una competencia. La relación con el error se encuentra
aquí radicalmente vuelta del revés. En el enfoque de competencias, el alumno
que no lleva a término la resolución de la tarea que le es encomendada está en
situación de fracaso: no ha mostrado sus competencias. En la pedagogía
constructivista, lo que cuenta no es que la tarea sea realizada sino lo que el alumno
haya aprendido a través de su éxito o fracaso.
Nico Hirtt, La educación en la era de las competencias (2010).
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