viernes, 24 de febrero de 2023

Avalancha (Poema). Sobre nacionalismo e identidad.


AVALANCHA

Frente a mi casa se ha venido a vivir un español,

me he dado cuenta por la bandera, bueno,

el país entero se está llenando de españoles,

debe ser por el efecto llamada, el caso es que

cada vez veo más banderas españolas en balcones,

coches, gorras, camisetas, mascarillas, pulseras...

Los españoles nos están invadiendo,

creo que nunca ha habido tantos españoles,

son una plaga.

 

Frente a mi casa ha venido a vivir un español, 

lo sé porque ha colocado en su balcón la bandera,

bueno, habrá que tener ojo con él,

porque, ¿de qué viven estos españoles?

¿será un terrorista, un delincuente, estará en paro

y vivirá de las prestaciones sociales,

pagará impuestos, me quitará mi puesto de trabajo

y mi cama de hospital?

 

Estos españoles son peligrosos, son una amenaza,

no se integran,

tienen los índices de fracaso escolar más altos de Europa

y quieren homogeneizar nuestras costumbres,

no se adaptan a la diversidad cultural,

quieren imponer su lengua,

su religión llena de dioses, vírgenes y procesiones

con las que atascan las calles y no te dejan pasar.

 

Yo no tengo nada en contra de los españoles,

no soy racista, ni nacionalista,

pero últimamente ha habido más robos.


Antonio Orihuela, Diles que dije no, Isla de Siltolá, Sevilla, 2022.

Errar (Poema)


ERRAR

 Mundo extraño al que venimos apenas un rato 

y del que jamás conoceremos todas sus maravillas, 

 deja, al menos, que cada acto cuente,

 

sea tomar la dirección equivocada

con la seriedad de quien nunca se equivoca,

 

sea llorar de contento al salir del trabajo

imitando el vuelo y el zumbido de las abejas,

 

sea arrojar tu vida, dura y ordenada,

que tanto tiempo te costó perfeccionar

y dedicarte a hacer el payaso (...)

 

Antonio Orihuela, Diles que dije no, Isla de Siltolá, Sevilla, 2022.

miércoles, 22 de febrero de 2023

Enseñar y el arte de contar (y escuchar)

Carmen Martín Gaite.

 "A los profesores hay que fingir que se les atiende, se expliquen como se expliquen, cuenten el cuento como lo cuenten. Y la coacción convierte el menester de escuchar en un tormento. El "prohibido bostezar" debía estar sustituido por la conquista real de esa atención aletargada y esquiva, por un decirse el profesor, aunque no lo escribiera en ninguna pizarra: "Vale bostezar. Pero aquí no va a tener ganas de bostezar nadie". Debían enseñarnos a ostentar ese bostezo disimulado, para que le sirviera de aviso y no de ofensa al que lo recibe; debían enseñarnos desde niños a abominar de lo aburrido como de la peste. No de lo complejo o de lo profundo o de lo triste, sino de todo lo que no estimula el afán de participación, porque está mal contado. Contado desde la desgana, por cumplir. Pero, como nadie puede dar lo que no tiene, para eso tendrían que dejarse de aburrir las personas mayores. Que se suelen aburrir como tigres. Y por eso aburren tanto".

"Ni un ademán imprevisible, ni una palabra que produzca emoción o sorpresa, ni un atisbo de humor, tan defendidos del riesgo por la muralla opaca de su jerga".

"No hay que confundir participación con interrupción. Las interrupciones del oyente torpe y atolondrado derivan de su incapacidad para concentrarse en lo que va oyendo, de su prisa por coger resúmenes, resultados. Es como los que te estorban, preguntándote sin parar en una película. Espera, hombre, aprende a ir cogiendo los datos, da tiempo al tiempo. Si te interrumpen demasiado, si te obligan a ir anticipando a cada momento explicaciones para lo que solamente puede quedar claro a medida que se va contando, acaba uno por aburrirse de contar. Conviene frenar el impulso de interrumpir indiscriminadamente, aun a riesgo de perder, de momento, alguna cosa. Todas las que parecen haberse perdido, reaparecerán a su debido tiempo, si el narrador es bueno; hay que darle un margen de confianza, intentar seguir su ritmo, tener la generosidad de perderse con él. Pronto se sabe si es de los que te dejan atrás deliberadamente, porque quieren tomarte el pelo, o de los que no".

"El oyente ideal no llueve del cielo como por arte de birlibirloque, al dictado de la mera urgencia por encontrarlo, sino que su aparición viene condicionada precisamente por la calidad del cuento elaborado para él y por el margen de participación que se le conceda en el mismo. No basta con querer unos ojos que nos miren y unos oídos que nos escuchen: también nosotros tenemos que mirar esos ojos y aprender a graduar el ritmo de nuestra voz para adaptarlo a esos oídos. En una palabra: la atención sólo se fomenta mediante la atención, no nace porque sí, hay que conquistarla, merecerla y cuidarla a cada momento, para que no se aborte o se desvanezca...

Si nuestras primeras tentativas en la búsqueda de interlocutor no han dado fruto, es decir, si nos hemos dado cuenta de que cuando hemos tratado de contar algo a la gente la hemos aburrido, la primera enseñanza del fracaso será su aceptación. Lo cual supone ya un triunfo no pequeño, porque hay mucha gente que se muere sin haber llegado a reparar en si está martirizando o no a los demás con sus historias. Pero el escarmiento nos proporciona una lección aún más provechosa: aprendemos que no nos sirve cualquier oyente y que preferimos callarnos a tener delante de nosotros a ese que nos paga con sucedáneos de la atención soñada, que nos escucha sin ganas y distraído".

"Lo fácilmente resumible es porque no tiene paradoja ni secreto". 

"El buen profesor les pide a sus alumnos que le escriban algo acerca de sus vidas, más que para conocerlas, para conocer su capacidad de narrarlas".

Carmen Martín Gaite, El cuento de nunca acabar, Siruela, 2022.

domingo, 5 de febrero de 2023

La jubilación y los "irresponsables" (según Macron)

En un interesante artículo ("Macron contra los "irresponsables", El País, 4 febrero 2023) , la periodista Carla Mascia hace una interesante reflexión sobre el debate político y las protestas que en estos días se están produciendo en Francia contra el aumento de la edad legal de jubilación:

 “¿Se debería aumentar la edad legal de jubilación, que actualmente es de 62 años [en Francia]? No lo creo […]. Para una persona poco calificada que vive en una región desindustrializada, o con poco recursos y con una carrera fracturada, pues ¡buena suerte para llegar a los 62 años! Esta es la realidad. No podemos pedir que se trabaje hasta los 64 cuando la gente ya no encuentra trabajo pasados los 55. Tenemos que ganar esta lucha antes de pedir a la gente que trabaje más tiempo”. Esas palabras, nos recuerda uno de los muchos tuiteros que estas últimas semanas han protestado contra el proyecto de reforma de las pensiones, salieron de la boca de Emmanuel Macron en 2019. Entonces, sus argumentos eran los mismos que los que esgrimen hoy sus opositores. Un discurso a años luz del enfoque maniqueo que defiende hoy el Ejecutivo y que, simplificando, se podría resumir con la siguiente disyuntiva: o se aumenta la edad legal o Francia se sumirá en el caos y no será capaz de seguir financiando su sistema de pensiones...

 Lo que su oportunismo político olvida es que la tasa de empleo de los seniors es de las más bajas de Europa y es ya una evidencia sumamente comentada en la prensa francesa que la reforma penalizará a las mujeres y a las personas que ejercen los oficios más duros. Esos que llevan trabajando desde los 18 y que llegarán destruidos física y mentalmente a la jubilación, cuando no habrán muerto antes de enfermedades ligadas a sus condiciones laborales".


"Castigo sin venganza". J.R. Capella.


El filósofo del derecho Juan Ramón Capella ha escrito un interesante artículo, "Castigo sin venganza", en la revista digital Mientras tanto (nº 220, febrero 2023), donde reflexiona sobre la tendencia en nuestro país a agravar las penas impuestas a los condenados por delitos que crean cierta "alarma social" creada o amplificada por algunos medios de comunicación. A continuación os dejo el final del artículo, donde Capella hace unas interesantes propuestas:

"La punición pública se ha incrementado en algunos casos y se ha modificado en el período constitucional. Merece la pena detenerse a reflexionar sobre el carácter de las penas de prisión. Pues son claramente desmesuradas. Una condena a diez años de cárcel, por ejemplo, impone la pérdida no solo de la libertad sino de las experiencias vitales individuales que pueden conducir al fortalecimiento del lado social de la personalidad. Ese tipo de penas, superiores a diez años, le cambian la vida a cualquier persona. Deberían estar reservadas a delitos gravísimos reiterados contra las personas, con un tope inferior a los quince años, y me paso de largo. Los delitos cometidos en estados de obnubilación —concepto más débil que el de trastorno mental transitorio— deberían ser tratados psiquiátrica o psicológicamente y las penas reducidas y orientadas a la educación en las creencias sociales compartidas y en el dominio de las pasiones. Para los delitos económicos graves las penas deberían estar proporcionadas a las dimensiones del delito y a la ubicación social del delincuente, siendo más altas las penas impuestas a quienes gozan de elevadas posiciones en la pirámide social.

Por último, para los delitos menores se debería recurrir a castigos que no impliquen un encarcelamiento penitenciario, sino a medios como el arresto domiciliario, el confinamiento, el destierro y sobre todo a los servicios comunitarios, cuyo catálogo debería ser público y no indeterminado. Todavía no tenemos una administración de justicia en la que esto último deba quedar a criterio de los jueces.

Además, se debería acabar con dos lacras del sistema penal: las penas “que no se cumplen” y las penas acordadas con la acusación pública (de influencia norteamericana, esto es, del peor derecho penal de un sistema representativo). Se trata de volver a limpiar el sistema penitenciario, de librarlo de lo vindicativo y sobre todo, en la medida de lo posible, de humanizarlo".