En eldiariodelaeducación.com, el pedagogo Carlos Skliar ha publicado un interesante artículo sobre la educación en tiempos de pandemia. Os dejo
el enlace y algunos fragmentos en este blog:
Un mundo en estado de excepción, una vida puertas adentro, una sociedad
amenazada y el distanciamiento social no pueden pedirle a la educación
ni “normalidad”ni “habitualidad”. Por un lado creo que lo que nos salva
es cierta ritualidad, sí, pero no una determinada repetición. Me da la
sensación que dada la contingencia inesperada es hora que la educación
revierta su tendencia dócil y adaptativa a las exigencias de la época
anterior (el conocimiento lucrativo, la aceleración del tiempo, la
híper-tecnología, el vínculo utilitario entre competencias y mercado,
etc.) y pueda concentrarse en dos dimensiones poco reconocidas o bien
abandonadas: por un lado la conversación a propósito de qué hacer con el
mundo y qué hacer con nuestras vidas, justamente ahora que el mundo
vuelve a estar en riesgo y que las vidas se han visto confinadas; por
otro lado, el hacer cosas juntos que nos devuelvan el tiempo liberado:
la narración, el arte, la lectura, el juego, la filosofía.
(...)Había leído tiempo atrás que en cierta literatura especializada ya se
anunciaba la educación sin educadores, y me resultaba curiosa la idea,
por no decir absurda. La vida en general, no solo la vida escolar, sería
impensable sin maestros, sin aquellos con quienes hacernos preguntas,
sin aquellos con quienes pensar en voz alta, sin poder escuchar la
narración de lo ancestral y no solo de las novedades, sin tener otras
referencias adultas fuera de los padres, sin reunirse alrededor de lo
público, sin aprender los modos artesanales en que se construyen los
saberes, sin ser cuidados y sin la experiencia de la igualdad. Esto
define no solo la necesidad de una figura sino también la necesidad de
un espacio como las escuelas.
(...)Tengo la sensación que durante la pandemia de lo que se trata en educación es solo de hacer hacer,
de mantener ocupados a los niños y los jóvenes, de replicar horarios y
rutinas. Como si pudiéramos reconcentrarnos en un mundo que está en
aislamiento y olvidarnos de lo que nos angustia y conmueve. Así vistas
las cosas, así condensadas, es factible que la imagen del educador quede
completamente desdibujada, sea una suerte de parodia de sí misma, o
bien ofrezca a algunos desapasionados por la formación la salida tan
buscada a su propio hartazgo.