miércoles, 21 de marzo de 2012

Conservadurismo educativo

A. Viñao ha señalado recientemente ("El asalto a la educación: privatizaciones y conservadurismo", Cuadernos de Pedagogía, nº 241, marzo 2012, pp. 81-85) cómo determinadas técnicas de gestión pueden calificarse como conservadoras dependiendo de cómo y en qué contexto se diseñan y aplican:
Si, por ejemplo, las políticas de descentralización, autonomía y evaluación se llevan a cabo junto con otras medidas privatizadoras y mercantilizadoras, de reforzamiento de las segmentaciones verticales y horizontales de los sistemas educativos; si la evaluación externa o interna se establece con el fin de elaborar rankings públicos, un sistema de "pago por resultados" y mecanismos de autoinculpación por parte de profesores y alumnos, y si además dichas medidas parten de la consideración de los centros docentes públicos como entes autónomos o privados con quienes los poderes públicos suscriben un contrato o acuerdo dejándolos a su suerte, como si nada tuvieran que ver con ellos -es decir, autoexculpándose dichos poderes de su responsabilidad en el funcionamiento, la mejora y la calidad de la educación en el sistema público-, podemos decir que estamos ante políticas claramente conservadora.
Viñao denuncia también la imposición de un lenguaje eufemístico que "convierte la reducción de gasto público en educación en ajustes necesarios para garantizar los servicios y derechos sociales...; las capacidades, destrezas y conocimientos en competencias (entendido como destreza, habilidad mensurable, cuantificable, y, por tanto, evaluable); los alumnos y familias en clientes o consumidores, y la acción social de los centros docentes, en publicidad y marketing...". Se desarrollan dispositivos autoinculpadores tanto para las familias como para los alumnos, los centros docentes y los profesores, nunca para los poderes públicos.

jueves, 15 de marzo de 2012

La fatiga del estudiante

Respuesta de una alumna de 4º de E.S.O. a la cuestión de cuáles serían para ella algunas de las cuestiones fundamentales que le gustaría conocer:


"Me gustaría saber qué hay tras la muerte. Muchas personas dicen que nos reencarnamos..., y yo me pregunto si tendré otra vez que estudiar y todas esas cosas".

miércoles, 14 de marzo de 2012

La evaluación

Los alumnos más serios levantan la mano y preguntan cómo los evaluaré para la nota final. Al fina y al cabo, no les pongo los exámenes habituales tipo test: ni preguntas de respuesta múltiple, ni hacer corresponder las palabras de una columna con las de otra, ni llenar los espacios en blanco, ni verdadero o falso. Los padres más inquietos están haciendo preguntas.
Digo a los alumnos más serios:
-Evaluaos vosotros mismos.
-¿Qué? ¿Cómo nos vamos a evaluar nosotros mismos?
-Lo hacéis constantemente. Todos lo hacemos. Un proceso constante de autoevaluación. Examen de conciencia, chicos y chicas. Decíos a vosotros mismos, con sinceridad: "¿He aprendido algo de leer recetas como si fueran poesía, de debatir La pequeña Bo Bip com si fuera una estrofa de T. S. Elliot, de analizar El vals de mi papá, de oír a James y Daniel contar los detalles íntimos de sus cenas..? Yo os digo que si no habéis aprendido nada con lo citado..., esto puede ser, amigos, (porque) yo soy un pésimo profesor.
-... Es un pésimo profesor -exclaman todos alegremente, y nos reímos, porque es verdad en parte y porque tienen la libertad de decirlo y porque soy capaz de aceptar la broma.
Los alumnos más serios no se quedan satisfechos. Alegan que en otras clases el profesor les dice qué deben saber. El profesor lo enseña y tú tienes que aprenderlo. Luego, el profesor te pone un examen y tú recibes la nota que te mereces.
 Los alumnos más serios dicen que resulta tranquilizador saber por adelantado qué debes saber, para poder ponerte a aprenderlo. Dicen que en esta clase nunca sabes qué debes saber, así que ¿cómo vas a poder estudiarlo, y cómo vas a poder evaluarte a ti mismo? En esta clase nunca sabes qué va a pasar de un día para otro. La gran pregunta al final del curso es: ¿cómo decide la nota el profesor?
-Os diré cómo decido la nota. En primer lugar, ¿qué tal ha sido tu asistencia? Aunque te hayas quedado al fondo, callado, pensando en los debates y las lecturas, seguramente habrás aprendido algo. En segundo lugar, ¿has participado? ¿Has salido a leer los viernes? Cualquier cosa. Relatos, redacciones, poesía, teatro. En tercer lugar, ¿has comentado los trabajos de tus compañeros? En cuarto lugar, y esto depende de vosotros, ¿puedes reflexionar sobre esta experiencia y preguntarte a ti mismo qué has aprendido? En quinto lugar, ¿te has quedado ahí sentado, soñando? Si ha sido así, súbete la nota.

                                                                                               Franz McCourt, El profesor, 2011.

Carta a un profesor sin guía didáctica

Estimado Sr. McCourt:
 Cuando entré en su aula el día 2 de marzo, sus estudiantes estaban cantando -de manera bastante ruidosa y molesta, puedo añadir- un potpurrí de canciones infantiles. Usted los dirigía de una canción a otra sin hacer pausas para la elucidación, la exploración, la justificación, el análisis. De hecho, esta actividad no parecía tener ningún contexto, ningún propósito.
Un profesor de su experiencia podría haber advertido, sin duda, cuántos estudiantes iban ataviados con ropa deportiva, cuántos estaban recostados en sus asientos sacando las piernas al pasillo. No parecía que ninguno tuviera cuaderno ni instrucciones para usarlo. Se dará cuenta usted de que el cuaderno es la herramienta básica de cualquier estudiante de Lengua Inglesa de secundaria, y el profesor o profesora que descuida el uso de esa herramienta está desatendiendo sus obligaciones.
Lamentablemente, en la pizarra no había nada que indicara el tema de la lección del día. A esto puede deberse el hecho de que los cuadernos estuvieran ociosos en las carteras de los estudiantes.
Haciendo uso de mis derechos como vicesuperintendente adjunto de Pedagogía, tras el fin de la sesión interrogué a algunos de sus alumnos sobre el aprendizaje que pudieran haber sacado en limpio aquel día. Me respondieron una vaguedad rayana en el desconcierto, sin tener la menor idea de cuál había sido el propósito de esa actividad de canto. Uno dijo que se había divertido, y el comentario es válido, pero sin duda el propósito de la educación secundaria no es ése.
Sintiéndolo mucho, tendré que trasladar mis observaciones al superintendente adjunto de Pedagogía en persona, quien sin duda informará a la superintendente de Pedagogía misma. Es posible que reciba usted una citación para presentarse ante el Consejo de Educación. En tal caso, tiene derecho a acudir acompañado de un representante sindical y/o de un abogado.
                                                                                  Atentamente,
                                                                                  Montague Wilkinson III.

(Franz McCourt, El profesor, 2011)

viernes, 9 de marzo de 2012

La industria de la evaluación

La prensa ha recogido estos días la polémica levantada por la publicación de la clasificación de los docentes de las escuelas públicas de Nueva York, después de una batalla legal entre el sindicato de profesores de la localidad y los medios de comunicación locales, que reclamaron la publicación de las evaluaciones. El catedrático retirado de la Universidad de Oxford Richard Pring ha advertido de que "la rendición de la enseñanza a la industria de la evaluación se está haciendo universal". Algunos piensan que es una forma de aplicar el profesorado su propia medicina, pero la preocupación es que, como señala Pring, no sepamos distinguir entre objetivos e indicadores de rendimiento, y convirtamos a los indicadores en objetivos. Lo mismo sucede cuando en nuestras aulas iniciamos una carrera por preparar a nuestro alumnado para superar las pruebas de diagnóstico que luego permitan a nuestros centros ocupar un buen lugar en el ranking escolar y beneficiarse de ayudas y estímulos.
La transparencia en el sistema educativo no se consigue sólo desde la evaluación (también desde el conocimiento de muchos factores que pueden condicionar su labor y que podemos mejorar); y la medición de su efectividad debería incluir muchos indicadores pedagógicos que generalmente están ausentes. Y lo más sensible de todo esto es que estos "controles de calidad" condicionan los salarios y las ayudas públicas a las escuelas. La escuela no puede ser gestionada como una empresa y, aunque la sociedad tenga todo el derecho a pedir cuentas de su funcionamiento, y demandar toda la transparencia, es bastante hipócrita exigir la excelencia en la calidad, como plantean desde la administración educativa, cuando queda muy lejos de haberse cumplido la igualdad de oportunidades entre nuestro alumnado.
El profesorado debería ser evaluado siguiendo, al menos, los mismos criterios pedagógicos que exigimos respecto al alumnado.Ya comentábamos en otra entrada cómo la Consejería de Educación, a través de la Agencia de Evaluación Educativa, había diseñado por primera vez un decálogo que recopilaba los requisitos imprescindibles para ser un buen profesor: todo lo que se supone que tienen que saber y ser capaces de hacer los docentes. La agencia establece cuatro niveles profesionales para clasificar a los profesores en función de las aptitudes que demuestren en su trabajo: competente, que sería el nivel más bajo; avanzado; experto y excelente. El sociólogo francés P. Bourdieu comentaba algo respecto a la evaluación de los alumnos que también debería aplicarse al profesorado:
Si yo fuera ministro, la primera recomendación que haría a los profesores sería: no hacer jamás juicios de valor sobre sus alumnos; ustedes no tienen derecho de emplear la palabra 'idiota', ustedes no tienen derecho de emplear la palabra 'estúpido', ustedes no tienen derecho de escribir en el margen 'este razonamiento es imbécil', ustedes no tienen el derecho de decir 'nulo'... Dicho de otro modo, ustedes deben excluir todos los juicios de valor que afectan a la persona. Ustedes podrían decir 'esta tarea no está bien', esta solución es falsa, pero no pueden decir: 'eres nulo para matemáticas', 'tú no estás dotado para las matemáticas'. Los profesores de matemáticas deberían saber y comprender que tienen un poder diabólico de nominación, de constitución que se ejerce sobre la identidad misma de los adolescentes, sobre su imagen de sí y que pueden infligir traumatismos terribles, aún más porque sus veredictos son muy frecuentemente subrayados y reforzados por los padres desesperados y angustiados.

(Extracto de una entrevista realizada a Bourdieu en Tokio en octubre de 1989 y recogida en el libro "Capital cultural, escuela y espacio social", publicado en castellano por Siglo XXI).

Evaluar es valorar, ayudar a mejorar, no una competición por la calidad. La educación debe tener un tiempo lento y reposado, como el aprendizaje, no el de la lucha urgente por los resultados.
Un interesante comentario en el sentido anterior es el que ha publicado en su blog el profesor de metafísica y ex-ministro de educación Ángel Gabilondo, titulado "Evaluación y valoración":
 Lo que no se evalúa se devalúa. Lo hemos reiterado, y resulta razonable. Pero lo que se evalúa mal se deteriora. No se trata, por tanto, de evaluar, sin más, como si ello por sí mismo, independientemente de toda condición, produjera excelentes resultados. La evaluación no es un fin en sí misma, ha de ser una valoración, una puesta en valor, un hacer valer. Y su objetivo ha de ser crear condiciones para mejorar, incluso señalar cómo hacerlo. Siempre, y muy especialmente en tiempos complejos, buscamos la seguridad objetiva que parecen procurarnos los datos numéricos, las cifras, las comparaciones, las estadísticas, los rankings… y es necesario hacerlo, ya que pueden ser decisivos para establecer criterios de valoración. Todo lo medimos, todo lo pesamos, pero no siempre lo sopesamos, no siempre equilibramos, ni tanteamos, ni examinamos. Rendidos ante los datos, los aireamos sin fuerzas ni ideas para mucho más...