viernes, 9 de marzo de 2012

La industria de la evaluación

La prensa ha recogido estos días la polémica levantada por la publicación de la clasificación de los docentes de las escuelas públicas de Nueva York, después de una batalla legal entre el sindicato de profesores de la localidad y los medios de comunicación locales, que reclamaron la publicación de las evaluaciones. El catedrático retirado de la Universidad de Oxford Richard Pring ha advertido de que "la rendición de la enseñanza a la industria de la evaluación se está haciendo universal". Algunos piensan que es una forma de aplicar el profesorado su propia medicina, pero la preocupación es que, como señala Pring, no sepamos distinguir entre objetivos e indicadores de rendimiento, y convirtamos a los indicadores en objetivos. Lo mismo sucede cuando en nuestras aulas iniciamos una carrera por preparar a nuestro alumnado para superar las pruebas de diagnóstico que luego permitan a nuestros centros ocupar un buen lugar en el ranking escolar y beneficiarse de ayudas y estímulos.
La transparencia en el sistema educativo no se consigue sólo desde la evaluación (también desde el conocimiento de muchos factores que pueden condicionar su labor y que podemos mejorar); y la medición de su efectividad debería incluir muchos indicadores pedagógicos que generalmente están ausentes. Y lo más sensible de todo esto es que estos "controles de calidad" condicionan los salarios y las ayudas públicas a las escuelas. La escuela no puede ser gestionada como una empresa y, aunque la sociedad tenga todo el derecho a pedir cuentas de su funcionamiento, y demandar toda la transparencia, es bastante hipócrita exigir la excelencia en la calidad, como plantean desde la administración educativa, cuando queda muy lejos de haberse cumplido la igualdad de oportunidades entre nuestro alumnado.
El profesorado debería ser evaluado siguiendo, al menos, los mismos criterios pedagógicos que exigimos respecto al alumnado.Ya comentábamos en otra entrada cómo la Consejería de Educación, a través de la Agencia de Evaluación Educativa, había diseñado por primera vez un decálogo que recopilaba los requisitos imprescindibles para ser un buen profesor: todo lo que se supone que tienen que saber y ser capaces de hacer los docentes. La agencia establece cuatro niveles profesionales para clasificar a los profesores en función de las aptitudes que demuestren en su trabajo: competente, que sería el nivel más bajo; avanzado; experto y excelente. El sociólogo francés P. Bourdieu comentaba algo respecto a la evaluación de los alumnos que también debería aplicarse al profesorado:
Si yo fuera ministro, la primera recomendación que haría a los profesores sería: no hacer jamás juicios de valor sobre sus alumnos; ustedes no tienen derecho de emplear la palabra 'idiota', ustedes no tienen derecho de emplear la palabra 'estúpido', ustedes no tienen derecho de escribir en el margen 'este razonamiento es imbécil', ustedes no tienen el derecho de decir 'nulo'... Dicho de otro modo, ustedes deben excluir todos los juicios de valor que afectan a la persona. Ustedes podrían decir 'esta tarea no está bien', esta solución es falsa, pero no pueden decir: 'eres nulo para matemáticas', 'tú no estás dotado para las matemáticas'. Los profesores de matemáticas deberían saber y comprender que tienen un poder diabólico de nominación, de constitución que se ejerce sobre la identidad misma de los adolescentes, sobre su imagen de sí y que pueden infligir traumatismos terribles, aún más porque sus veredictos son muy frecuentemente subrayados y reforzados por los padres desesperados y angustiados.

(Extracto de una entrevista realizada a Bourdieu en Tokio en octubre de 1989 y recogida en el libro "Capital cultural, escuela y espacio social", publicado en castellano por Siglo XXI).

Evaluar es valorar, ayudar a mejorar, no una competición por la calidad. La educación debe tener un tiempo lento y reposado, como el aprendizaje, no el de la lucha urgente por los resultados.
Un interesante comentario en el sentido anterior es el que ha publicado en su blog el profesor de metafísica y ex-ministro de educación Ángel Gabilondo, titulado "Evaluación y valoración":
 Lo que no se evalúa se devalúa. Lo hemos reiterado, y resulta razonable. Pero lo que se evalúa mal se deteriora. No se trata, por tanto, de evaluar, sin más, como si ello por sí mismo, independientemente de toda condición, produjera excelentes resultados. La evaluación no es un fin en sí misma, ha de ser una valoración, una puesta en valor, un hacer valer. Y su objetivo ha de ser crear condiciones para mejorar, incluso señalar cómo hacerlo. Siempre, y muy especialmente en tiempos complejos, buscamos la seguridad objetiva que parecen procurarnos los datos numéricos, las cifras, las comparaciones, las estadísticas, los rankings… y es necesario hacerlo, ya que pueden ser decisivos para establecer criterios de valoración. Todo lo medimos, todo lo pesamos, pero no siempre lo sopesamos, no siempre equilibramos, ni tanteamos, ni examinamos. Rendidos ante los datos, los aireamos sin fuerzas ni ideas para mucho más...

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