sábado, 22 de marzo de 2014

¡Disparen contra los docentes!

La compañera Mari Trini nos ha enviado un artículo interesante del pedagogo argentino Pablo Gentile, ¡Disparen contra los docentes!, que nos muestra cómo la educación es uno de los blancos señalados como responsables de la actual crisis económica, por su supuesto atraso e ineficiencia (algo que también afecta a otros servicios públicos esenciales, lo que justificaría su privatización). Con ello se pretende desviar así la atención de otras reformas o "revoluciones pendientes" (políticas, sociales, económicas), a la vez que se intenta adecuar el aprendizaje y la formación ciudadana al nuevo orden económico que están diseñando las elites dominantes.  Éstas establecen rankings, pruebas, sellos de calidad, orientados a lo que un reducido grupo de elites dirigentes han marcado, de forma antidemocrática, como "desafíos del futuro" para nuestras sociedades; pero ocultan y desprecian el esfuerzo y los avances que, durante todas estas décadas, han aportado los trabajadores y trabajadoras de la enseñanza. Así que organicémonos, porque seguirán silbando balas sobre nuestras cabezas.
Os dejamos, a continuación, con algunos fragmentos. Podéis leer el artículo completo pinchando sobre el título del artículo.
Está claro: la crisis del mundo se reproduce y amplifica por la crisis de la educación. Eso es lo que suponemos. Así las cosas, mientras no se encuentra el remedio, al menos, se pueden encontrar los culpables. En el Norte y en el Sur, la respuesta es siempre la misma: la educación funciona mal porque los docentes están mal preparados, carecen de las competencias necesarias para hacer de los niños y niñas sujetos emprendedores y competitivos, ciudadanos activos y responsables, consumidores criteriosos (u obsecuentes); porque los docentes son poco adeptos al esfuerzo, corporativos en sus prácticas organizativas y profundamente perezosos (...).
Los docentes suelen ser presentados como una versión moderna de Rip Van Winkle, el personaje del relato de Washington Irving publicado en 1819. Un hombre que tratando de huir de su insoportable esposa se queda dormido bajo un árbol durante veinte años y, cuando regresa a su aldea, piensa que todo continúa como estaba dos décadas atrás.
Desactualizados, desinformados, dormilones y adeptos a la vagancia, los docentes son identificados por burócratas y tecnócratas, comunicadores y comunicados, padres y madres, políticos y gestores, gente de derechas y gente de izquierdas, hombres de negocios y hombres cuyo trabajo enriquece los negocios de unos pocos hombres, dirigentes y dirigidos; por la sociedad, en suma, como los responsables de haber sembrado el vientre de todas las crisis, la crisis educativa (...).
Quienes eligen la profesión docente se enfrentan siempre a un designio esquizofrénico, un mandato perverso que la sociedad les atribuye de forma contradictoria. A ellos se les encomienda la difícil tarea de salvar la nación, de revertir las herencias del atraso. Al mismo tiempo, por no ejercer ese papel, se los desvaloriza y humilla cotidianamente, en una especie de amnesia de génesis que borra las causas de todas las crisis, poniéndolas en la mochila de los trabajadores y trabajadoras de la educación.
Una encuesta realizada en varios países de Latinoamérica puso de relevancia que la gente valoriza enormemente el papel de los docentes para mejorar nuestras sociedades, pero la gran mayoría de las personas no desea que sus hijos se dediquen a la docencia, por tratarse de un trabajo ingrato, mal pagado y ejercido por personas sin la debida preparación (...)

En definitiva, si Ud. está leyendo esta nota es porque algún maestro o maestra, alguna vez, le enseñó a leer. Y seguramente, le enseñó muchas cosas más. Cosas que han sido vitales para constituirse como un sujeto independiente y crítico.
No me cabe duda que Ud. pensará, muy probablemente, que sus maestros o maestras eran mejores que los que hoy están en el aula; esos docentes reales, que trabajan todos los días en nuestras escuelas, formando a los niños y niñas que en algún momento ocuparán nuestros lugares. Pero no nos equivoquemos. Siempre fue así. A su hijo o a su hija, si hoy están en la escuela, les pasará lo mismo. Quizás sea fruto de una inevitable ingratitud o la trama de una desmemoriada condena al desprecio por el presente, por lo que tenemos y por lo que hemos sabido construir colectivamente. Parece que los docentes deben conformarse con un reconocimiento que se conjuga siempre en futuro imperfecto. Nuestros niños, nuestras niñas y nuestros jóvenes les dirán a sus hijos e hijas que sus maestros y maestras eran mucho mejores, más dedicados, más comprometidos, más cariñosos, mejor preparados y exigentes.
Siempre fue así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario