domingo, 11 de noviembre de 2018

La locura del mindfulness (en la escuela).

La socióloga norteamericana Barbara Ehrenreich, en su último libro "Causas naturales. Cómo nos matamos por vivir más" (Turner, 2018), dedica un capítulo a "la locura del mindfulness". Explica cómo, frente a la disminución de la capacidad de atención -que parecen mostrar algunos estudios- en nuestras modernas sociedades tecnológicas, y sus síntomas asociados (TDA, TDAH, síndrome de Asperger...), se ha recurrido a adaptar aspectos de religiones como el budismo -su "núcleo laico-, para controlar la mente mediante la meditación o "atención plena". Esto último es lo que recibe el nombre de mindfulness, un concepto que apareció en libros superventas a finales de la década de 1990 (¡ya está quedando anticuado para los defensores de la innovación permanente hacia no se sabe dónde!).
Como señala Ehrenreich, "el budismo, o una adaptación del mismo se está convirtiendo en una marca de clase social, al menos entre la población blanca, y en ninguna parte era esto más patente que en Silicon Valley" (p. 99). Compañías como Google difundieron el mindfulness como una forma de modelar nuestro cerebro. Fue precisamente Silicon Valley quien legitimó el mindfulness de cara al mundo de los negocios. Debutó en el Foro de Davos en 2013 y desde entonces se han celebrado congresos Wisdom 2.0 en importantes ciudades del mundo, desplegando negocios de coaching y diseño de apps (más de quinientas actualmente disponibles). Desde allí el mindfulness se ha extendido hacia otros ámbitos, como el educativo (de lo que da muestra la proliferación de cursos para el profesorado sobre este tema, sosteniendo -sin argumentos científicos validados- sus bondades en el aprendizaje).
Los defensores del mindfulness citan siempre -como advierte Ehrenreich- "el estudio de 2004 de un neurocientífico que demostraba que los monjes budistas con cerca de diez mil horas de meditación a sus espaldas presentaban patrones de actividad cerebral alterados" (p. 103). A partir de aquí, deducían que a través de la meditación, "ya fuera monástica o guiada por una app, cualquiera podría acceder a su tejido cerebral y "reesculpirlo" en una dirección más calmada y atenta" (p. 104). Hace así un uso a su conveniencia de la "neuroplasticidad" de nuestro cerebro, algo innato en nuestro tejido neuronal que no requiere un esfuerzo consciente por reprogramarlo.
Un "meta-análisis" de estudios previos publicado en Estados Unidos en 2014, "encontró que los programas de meditación pueden ayudar a paliar síntomas relacionados con el estrés, pero que no son más efectivos que otras prácticas como la relajación muscular, la medicación o la psicoterapia" (105). Es decir, que para mejorar la atención o la concentración lo mismo nos puede servir la lectura de un buen libro, un paseo o una comida en compañía de amigos. Así que ánimo, a relajarse (y desconectarse) sin los gurús de moda.


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