miércoles, 22 de febrero de 2023

Enseñar y el arte de contar (y escuchar)

Carmen Martín Gaite.

 "A los profesores hay que fingir que se les atiende, se expliquen como se expliquen, cuenten el cuento como lo cuenten. Y la coacción convierte el menester de escuchar en un tormento. El "prohibido bostezar" debía estar sustituido por la conquista real de esa atención aletargada y esquiva, por un decirse el profesor, aunque no lo escribiera en ninguna pizarra: "Vale bostezar. Pero aquí no va a tener ganas de bostezar nadie". Debían enseñarnos a ostentar ese bostezo disimulado, para que le sirviera de aviso y no de ofensa al que lo recibe; debían enseñarnos desde niños a abominar de lo aburrido como de la peste. No de lo complejo o de lo profundo o de lo triste, sino de todo lo que no estimula el afán de participación, porque está mal contado. Contado desde la desgana, por cumplir. Pero, como nadie puede dar lo que no tiene, para eso tendrían que dejarse de aburrir las personas mayores. Que se suelen aburrir como tigres. Y por eso aburren tanto".

"Ni un ademán imprevisible, ni una palabra que produzca emoción o sorpresa, ni un atisbo de humor, tan defendidos del riesgo por la muralla opaca de su jerga".

"No hay que confundir participación con interrupción. Las interrupciones del oyente torpe y atolondrado derivan de su incapacidad para concentrarse en lo que va oyendo, de su prisa por coger resúmenes, resultados. Es como los que te estorban, preguntándote sin parar en una película. Espera, hombre, aprende a ir cogiendo los datos, da tiempo al tiempo. Si te interrumpen demasiado, si te obligan a ir anticipando a cada momento explicaciones para lo que solamente puede quedar claro a medida que se va contando, acaba uno por aburrirse de contar. Conviene frenar el impulso de interrumpir indiscriminadamente, aun a riesgo de perder, de momento, alguna cosa. Todas las que parecen haberse perdido, reaparecerán a su debido tiempo, si el narrador es bueno; hay que darle un margen de confianza, intentar seguir su ritmo, tener la generosidad de perderse con él. Pronto se sabe si es de los que te dejan atrás deliberadamente, porque quieren tomarte el pelo, o de los que no".

"El oyente ideal no llueve del cielo como por arte de birlibirloque, al dictado de la mera urgencia por encontrarlo, sino que su aparición viene condicionada precisamente por la calidad del cuento elaborado para él y por el margen de participación que se le conceda en el mismo. No basta con querer unos ojos que nos miren y unos oídos que nos escuchen: también nosotros tenemos que mirar esos ojos y aprender a graduar el ritmo de nuestra voz para adaptarlo a esos oídos. En una palabra: la atención sólo se fomenta mediante la atención, no nace porque sí, hay que conquistarla, merecerla y cuidarla a cada momento, para que no se aborte o se desvanezca...

Si nuestras primeras tentativas en la búsqueda de interlocutor no han dado fruto, es decir, si nos hemos dado cuenta de que cuando hemos tratado de contar algo a la gente la hemos aburrido, la primera enseñanza del fracaso será su aceptación. Lo cual supone ya un triunfo no pequeño, porque hay mucha gente que se muere sin haber llegado a reparar en si está martirizando o no a los demás con sus historias. Pero el escarmiento nos proporciona una lección aún más provechosa: aprendemos que no nos sirve cualquier oyente y que preferimos callarnos a tener delante de nosotros a ese que nos paga con sucedáneos de la atención soñada, que nos escucha sin ganas y distraído".

"Lo fácilmente resumible es porque no tiene paradoja ni secreto". 

"El buen profesor les pide a sus alumnos que le escriban algo acerca de sus vidas, más que para conocerlas, para conocer su capacidad de narrarlas".

Carmen Martín Gaite, El cuento de nunca acabar, Siruela, 2022.

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