viernes, 25 de noviembre de 2011

Profesores competentes, avanzados, expertos y excelentes

 Diario Córdoba

Daniel Cela, 03/06/2011

La Consejería de Educación, a través de la Agencia de Evaluación Educativa, ha diseñado por primera vez un decálogo que recopila los requisitos imprescindibles para ser un buen profesor: todo lo que se supone que tienen que saber y ser capaces de hacer los docentes. La agencia establece cuatro niveles profesionales para clasificar a los profesores en función de las aptitudes que demuestren en su trabajo: competente, que sería el nivel más bajo; avanzado; experto y excelente. Cada categoría viene definida por un decálogo con 13 criterios comunes que describen, en conjunto, el grado de exigencia que se requiere de un profesional de la enseñanza. "Hemos establecido perfiles que deberían implantarse en el sistema escolar y en el de educación de los profesores. El perfil de competencias del profesorado deberá diseñarse en función de los objetivos de aprendizaje para los estudiantes y deberá proporcionar normas que sirvan para toda la profesión y una tesis común de lo que debe entenderse por docencia conseguida", reza el informe al que ha tenido acceso este periódico.
La propuesta de Educación para definir unos estándares de la práctica profesional docente aparece en un momento clave: el Ministerio de Educación tiene previsto presentar a finales de este mes un borrador con el nuevo modelo de acceso a la función pública docente, una norma general para "seleccionar a los mejores profesionales para la enseñanza", explican desde el ministerio. ¿Cómo lo harán? Es algo que llevan queriendo hacer durante años, corregir uno de los problemas endémicos del sistema: la escasa formación del profesorado. En la Comisión de Educación en el Senado, el pasado 7 de abril, el secretario de Estado de Educación, Mario Bedera, recordó que el profesorado español sufrirá un cambio generacional brutal en esta década: en los próximos diez años se jubilarán 200.000 maestros que serán sustituidos por profesores jóvenes. ¿Cuáles deberían ser las aptitudes de esos nuevos docentes?

CRITERIOS DE CALIDAD Los 13 criterios o estándares de calidad que dibujan el perfil del maestro son: capacidad de liderazgo; habilidad para comunicarse; actitud para relacionarse; el trabajo en equipo; la planificación; la gestión de recursos; la forma de evaluar; la orientación a la calidad; su formación académica y profesional; la gestión del currículum y la metodología; la gestión de ambientes de aprendizaje (trabajo con las familias, convivencia en clase); la capacidad para adaptar la metodología a la diversidad del alumnado (un aula multirracial) y, por último, las tutorías y el trabajo de orientación profesional al niño.
Estas 13 categorías del decálogo se aplican exactamente igual a maestros de Infantil, Primaria y Secundaria, aunque no es lo mismo el criterio de liderazgo en un profesor de nivel competente que en uno excelente. En el primero el liderazgo significa "asumir de forma crítica y constructiva los valores y objetivos del centro en el que trabaja y ofrecer apoyo al alumnado"; mientras que en el nivel de excelencia, liderazgo es "lograr comprometer a la comunidad educativa en valores, objetivos y prioridades de su colegio e influir positivamente en las actuaciones del alumnado, sus familias y su equipo educativo, consiguiendo que se comprometan con metas comunes".

MODELO DE ANDALUCIA La consejería que dirige Francisco Alvarez de la Chica ha presentado esta semana a los sindicatos de la enseñanza el informe Estándares de la práctica profesional docente en Andalucía. El modelo de clasificación que propone "está abierto al debate", aunque los sindicatos Comisiones Obreras y UGT ya muestran sus recelos con la idea de "encasillar las funciones del profesor". Para decidir las 13 competencias que debe dominar un maestro y los niveles de exigencia se consultó a una comisión de expertos, a profesores universitarios y a maestros de escuela a los que se les pasó un cuestionario on line. Los sindicatos temen que el informe sirva de base para la nueva norma que regulará la formación inicial y permanente del profesorado, y que además condicione los incentivos económicos que reciben los maestros por su trabajo (plan de calidad).
Tanto el ministerio como la consejería quieren redefinir la carrera profesional, incentivar a los mejores profesores y pedirles que enseñen a enseñar a sus compañeros si no logran mejorar sus resultados.

El sociólogo norteamericano Richard Sennet (El artesano, Anagrama, Barcelona, 2009) ha denunciado la desmoralización actual de los trabajadores debida a las imposiciones y a la competencia... En nuestros días se contrapone lo perfecto contra lo práctico: la perfección (que raramente se logra) y lo posible (lo simplemente bien hecho, que se identifica con la mediocridad). 
Los trabajadores y trabajadores del sector público están cada vez más afectados por la obsesión de la calidad, entendida como la búsqueda de una eficiencia sin más criterio en ocasiones que una ciega productividad estadística, y que niega el debate y la participación de los trabajadores en la tarea de determinar los objetivos, los métodos y los tiempos para su consecución.
Esto conduce a una escalada constante de reformas que, en muchas ocasiones, son impuestas desde ciertos sectores del "saber experto" en consonancia con algunos gestores de la Administración pública. Unas reformas que no tienen en cuenta el valor de la experiencia de los trabajadores, a los que se percibe muy simplistamente como "resistentes" a las innovaciones, anclados en unas rutinas que impiden cualquier transformación.
Ante estas constantes reformas, los trabajadores carecen de experiencias que juzgar, "sólo tienen un conjunto de proposiciones abstractas acerca del trabajo de buena calidad" (69). ¿Es conveniente eliminar el conocimiento acumulado en la experiencia del trabajador, exponiéndolo simplemente, como señala Sennet, "a la limpieza del análisis racional"?: "Gran parte del conocimiento tácito adquirido es conocimiento que no se puede expresar con palabras ni exponer en proposiciones lógicas". Pero para los administradores de nuestro trabajo sólo cuenta aquel que puede quedar recogido en las plataformas y documentos que alimentan el poder burocrático.

Los nuevos profesores ya no parece que puedan aprender algo de los viejos, de su experiencia. Como mucho pueden aprender de alguno -joven o viejo- señalado con la etiqueta de "buenas prácticas". El profesorado veterano experimenta, como muchos trabajadores actuales, que "a medida que acumula experiencia, pierde valor institucional" (51).
Desde los Centros de Profesores, orientados desde la Consejería de Educación, se trata de imponer ciertas innovaciones pedagógicas (un año las webquests, otro las plataformas...) o de organización (cada vez más próximas a la escuela privada y su relación clientelar con las familias). Cada curso se impulsan ciertas propuestas que, pueden ser discutibles o no, pero que eclipsan cualquier otro tipo de innovación, y que en ocasiones restan tiempo para tareas que quizás no dejan tanto registro en las memorias y planes escolares, en las pruebas de diagnóstico, pero no por ello dejan de ser relevantes.
Algunos de los cambios que experimentan nuestras escuelas públicas aplican cada vez más criterios de gestión del sector privado: buscan generalmente rápidos resultados, sin ser conscientes de que se enfrentan a instituciones públicas en las que las reformas organizacionales llevan su tiempo para ser asimiladas y adaptadas a cada contexto (cómo poner en práctica las reformas, qué procedimientos seguir...). Frente al vértigo actual del esfuerzo por la calidad y la excelencia, Sennet reclama la lentitud del tiempo artesanal, del trabajo simplemente bien hecho, que permite "el trabajo de la reflexión y de la imaginación, lo que resulta imposible cuando se sufren presiones para la rápida obtención de resultados" (362).
La actual obsesión gestora por marcar con claridad, e intentar cumplir, ciertos objetivos (cuando la educación no debería descuidar ninguno), por preparar a nuestro alumnado para las pruebas de diagnóstico que marcan la calidad de los centros, puede conducir a descuidar quizás los aspectos más relevantes de la educación.
La obsesión por la calidad, como señala Sennet, "puede también crear divisiones, crear problemas a la perdurabilidad de las organizaciones" (como ocurrió en el taller de Stradivarius). La reivindicación de ese estatus de calidad puede servir al aislamiento y la desconexión social.





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