sábado, 28 de abril de 2012

Bibliotecas escolares. Día del libro

Esta semana hemos celebrado el Día del Libro. En el grupo de trabajo de la biblioteca de mi centro hemos estado ocupados realizando algunas actividades. Los compañeros hemos recordado los años que llevamos formando el grupo, el estado en el que nos encontramos la biblioteca cuando llegamos al Centro, y la falta de interés de la administración educativa por las bibliotecas escolares.
Sólo en los últimos años hubo un presupuesto y cierto impulso administrativo, pero parece que, otra vez, todo volverá al abandono anterior, a la espera de que algunos profesores y profesoras puedan dedicar voluntariamente parte de su tiempo a mantener y hacer crecer las bibliotecas escolares, y, lo que es más importante, la lectura entre nuestro alumnado. Hay algunos buenos lectores, aunque son todavía muchos nuestros alumnos que no han sentido el placer de la lectura. Tenemos muchos proyectos que no terminan de concretarse, pero somos muy pocos y mucho el trabajo: potenciar las bibliotecas de aula, la maleta viajera, acceso a la base de datos por internet, boletín de la biblioteca...
Aunque hemos introducido las nuevas tecnologías en nuestra biblioteca, el libro de papel sigue siendo por ahora el dominante. Hemos ido adaptando nuestra biblioteca, enfocándola a los gustos de nuestros lectores, ampliando la sección de literatura juvenil, del cómic y los recursos multimedia asociados a la lectura.

Este curso hemos recogido en la hoja informativa dedicada al Día del Libro, las palabras que el poeta Federico García Lorca dijo al inaugurar la biblioteca de su pueblo (Fuente Vaqueros, septiembre 1931):

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social. Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros? ¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: “amor, amor”, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: “¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!”. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
Recientemente, en el diario El País, el escritor Enrique Vila Matas, pedía en su artículo titulado Melville y su chimenea, frente a los que anuncian el final del libro impreso, que "un día ese potente invento de la humanidad que es el libro impreso sea valorado como merece y regrese al centro de la escena. Nunca nos vamos a rendir. Con nuestras bibliotecas nunca podrán. Por eso en ocasiones aún se nos ve situarnos “detrás de la actualidad” y, en medio de la sombría indiferencia del entorno, oponernos con una suave sonrisa a la revolución del libro electrónico, plantar cara a la “tremenda necesidad de mejoras”...

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